En Corea el cielo es azul

Hace unos meses me invitaron a escribir un artículo en Koreana, la publicación cuatrimestral de Korea Foundation. Esta revista goza de gran prestigio y es una de las abanderadas a la hora de transmitir contenido de calidad sobre Corea. Acepté el reto sin saber si iba a poder estar a la altura, pero creo que solo la experiencia de haber podido escribir aquí ha valido la pena.

Os dejo con el artículo:

En Corea el cielo es azul

27 de agosto de 2012. Aeropuerto Internacional de Incheon. Calor y humedad. Hyundai y Samsung. El río Han y su milagro. Los primeros recuerdos de esa tarde de verano van fundiéndose con otros nuevos, mezclándose con vivencias más recientes. Se difuminan y se pierden en el mar de aventuras vividas. Ya no es “el día que llegué a Corea”, “la final del torneo rector” o “mi primera cena de empresa”, sino que son una unidad de recuerdos que se mezclan y que uno disfruta reviviendo, ya sea viendo las fotos o tomándose una barbacoa con los amigos que fueron partícipes de ella.

Era mi primera experiencia en Asia y no me dejaría indiferente. Una mezcla de rapidez con parsimonia, de acelerones en el autobús con una pausada inclinación de cabeza al conductor. Los turistas se suelen quedar en las guías de “10 lugares a visitar” o “Los mejores sitios para una foto”, pero se pierden en el ruido, en la Corea occidental, y dejan de lado esa Corea auténtica, la de perderte en un callejón y entrar en un restaurante donde nadie habla inglés, la dueña te sonríe y no hay ni rastro de tenedores.

He dudado sobre los temas a tratar en este artículo: si mi aventura aprendiendo el idioma, si mis años en la universidad —cuánto disfruté, cuánto aprendí— o si mi experiencia laboral, que diría que es un paso necesario para acabar de entender la cultura.

Pero prefiero empezar hablando del mayor activo que tiene Corea. Y diría que es el mayor activo que tienen todos los países, del que se enamoran los que se enamoran del país, el que hace que a uno le guste o le deje de gustar, del que uno se lleva los mejores recuerdos y hace que vuelvas a él. No se trata ni de los palacios, ni del museo de la guerra, ni de los cerezos en flor, sino de los coreanos. Los ciudadanos de cada país son quienes lo hacen único, quienes te crean un vínculo del que a veces es difícil escapar. Y Corea no es la excepción, sino que más bien sobresale en este sentido.

Reconozco que a mí me ha ayudado el conocimiento tanto del idioma como de la cultura, pues son una ventaja muy grande, sobre todo si te adentras en la Corea profunda, ya sea en un pueblo perdido en Seoraksan o en un asilo para ancianos “abandonados”.

De las muchas características que tiene el coreano medio me gustaría destacar dos. La primera es la laboriosidad, esa virtud que parece haberse perdido en occidente. La cantidad de horas que dedican al trabajo es algo muy conocido, pues siempre lidera el pódium en la OCDE, pero pocos conocen las horas que dedican al estudio. Uno no es consciente de lo que estudian los coreanos hasta que más de uno te lo cuenta directamente. El bachillerato aquí se resume en estudio, colegio, diversas academias y más estudio. Este amor al trabajo a veces me hace plantearme si algunos aquí trabajan para vivir o si viven para trabajar, pues a veces cuesta diferenciar la frontera entre una cosa y otra.

Y la segunda es el respeto a los mayores, ya sean abuelos, profesores o un compañero del equipo de fútbol dos años mayor que tú. Reconozco que esta faceta es la que más me ha costado —y me sigue costando—, pues no es fácil tratar a un amigo como si fuera alguien desconocido. Para los occidentales —o al menos para mí—, una relación de amistad donde hay intimidad y cercanía muchas veces no es compatible con el uso de ciertos tipos de lenguajes o de formas de hacer, pues solo consiguen poner barreras a esa relación. Pero aquí no, y eso es un tema que sigo sin haber superado del todo (por el momento).

Pero volvamos a ese respeto, que se nota en muy diversos detalles: la reverencia al jefe al entrar en la oficina, los asientos reservados a los ancianos en los trenes, la madre que pacientemente enseña a su hijo a usar la forma respetuosa para saludar a los mayores, recibir un objeto con dos manos en vez de con una… Y lo bonito de este respeto es que no es de una sola dirección, sino que es correspondido de diversas formas: el mayor me invita a comer, me corrige cuando me equivoco, me ofrece su ayuda en lo que necesite o me llama de vez en cuando para saludarme y saber cómo estoy.

Todas las normas de convivencia y lo que esperan unos de otros está muy marcado y la referencia es y seguirá siendo Confucio. Algunos vaticinan cambios en las nuevas generaciones, pero ya se dijo lo mismo de sus padres y no creo que haya grandes cambios.

En la universidad me di cuenta de la importancia del grupo, de la homogeneidad, de la armonía insonora que marca el ritmo del baile. En occidente somos más individualistas e instintivamente intentamos diferenciarnos de quienes nos rodean, ya sea vistiendo con un estilo determinado, pensando de una manera diferente o desarrollando hobbies algo únicos. Aquí no, y no tardé mucho en darme cuenta. El primer semestre de la uni, los 67 de mi clase nos tuvimos que poner de acuerdo en todos los detalles de la cazadora de béisbol, que iba a ser nuestro “símbolo de unidad”: colores, fuente de la letra, tamaño del águila, tejidos… La verdad es que acabó siendo de gran ayuda, pues al ser una cazadora única en la universidad, era fácil reconocer entre los 3.000 nuevos alumnos quién era de mi clase y quién no.

La universidad aquí no tiene nada que ver con la española. Si allí es fácil entrar y hay que dedicar horas para graduarse, en Corea lo difícil es entrar y lo fácil aprobar. Pero aparte de esto, aquí la vida universitaria es mucho más movida y, como he mencionado antes, siempre en grupo. Ya sea los festivales en primavera, las competiciones oficiales contra la universidad rival, las canciones propias y sus distintos bailes, las muy diversas asociaciones de estudiantes —desde amantes del té hasta aficionados al tiro con arco, pasando por bandas de rock y muy variados deportes— o los Orientation Trainings, aquí todo se hace en grupo y cada actividad hace que este se sienta más unido.

Después de graduarme he tenido la oportunidad de trabajar casi dos años en Mango, en el franquiciado local. Todos mis compañeros eran locales y la cultura, por supuesto, también. Mi jefe, de quien he aprendido mucho, en sus anteriores empresas había amamantado de la cultura laboral coreana, por lo que hubo momentos difíciles y de tensión, pues un occidental no está hecho para ciertas cosas. Pero dejando de lado a Confucio, la experiencia ha sido muy buena, tanto para conocer cómo y cuánto se trabaja aquí como para dar mis primeros pasos en el mundo laboral, además de hacer nuevas amistades que dudo que se rompan. La mentalidad de grupo y el sentido de afiliación hace que todos se sientan parte de la empresa y dedican a ella mucho tiempo y esfuerzo para que salga, incluso haciendo sacrificios y trabajos extras que no estipula el contrato. Otra vez, el grupo por encima del yo.

Y hace poco decidí hacer un parón en mi vida laboral para empezar un máster en literatura. Siendo un tema que me gusta mucho, no he querido dejar pasar esta oportunidad para profundizar en esta materia, además de practicar la traducción de la literatura local. La mayoría de los hispanohablantes todavía no conocen las obras literarias coreanas y será un placer y honor poner mi granito de arena, si es que llego a ello y no hago antes las maletas para volver a mundo laboral.

Cuando llegué a Corea hace 8 años constaté situaciones, formas de hacer, sucesos históricos o tradiciones que me parecían raras, diferentes o que simplemente no entendía. Las comentaba con amigos locales y me iban explicando sus diferentes puntos de vista. Pasó el tiempo y llegué a la conclusión de que, curiosamente, cada vez conocía menos de Corea.

Cuanto más sabes de algo, más puedes entenderlo y cuanto más entiendes, más puedes amar. Y siguiendo con el causa-efecto, uno cuanto más ama, más disfruta, más feliz es. Así que animo a todos aquellos que quieran disfrutar de su vida en Corea a que estudien sobre ella —su rica historia, cultura, sociedad y lengua—, a que interactúen con coreanos, a que se abran para aprender de ellos.

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